Ir a un espectáculo que nos gusta es siempre conectar con quienes cantan, que parecen sentir lo mismo que quienes escribieron. Cuando estoy en el escenario, es como si esa escena sucediera en cámara lenta, con innumerables luces de colores solo para mí. Entonces me sumerjo en la vibración de los músicos, de la música, de mí mismo, de lo que siento, de lo que veo, y presto atención, hasta un punto en el que hago clic y desde ahí entran mi ojo, mi cabeza, mi cuerpo y mi cámara. Otro plan es que veo todo lo que pasa delante de mí, como por arte de magia.
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